La Biblia Del Diablo by Richard Dubell

La Biblia Del Diablo by Richard Dubell

autor:Richard Dubell
La lengua: es
Format: mobi
publicado: 2010-11-24T00:00:00+00:00


* * *

Los ocupantes del otro carruaje resultaron ser una joven pareja a la cual, si no hubieran viajado solos con su cochero, Cyprian habría tomado por unos recién casados que se dirigían a su nuevo domicilio. Se trataban con el cuidado y la ternura de las personas que aún han de conocerse mejor, pero que albergan el sentimiento de que el otro es un alma gemela. La joven parecía más reservada que el joven, como si todavía conservara cierta desconfianza; en cambio cualquier observador agudo notaría que él ya estaba completamente entregado a ella. Habrían provocado la sonrisa de Cyprian si no hubieran supuesto el vivo ejemplo de aquello que él no compartía con Agnes, y que quizá jamás compartiría. Ella era de estatura media y aspecto delicado, al menos era lo que se adivinaba tras la coraza de su vestido de estilo español; parecía una niña, pero su mirada revelaba que aunque no hubiera vivido muchos años, ya había tenido suficientes experiencias como para ser considerada una mujer. El joven tenía aproximadamente la misma edad que Cyprian; era delgado, de movimientos graciosos pero rayando en lo cómico, y si adelgazaba un par de kilos más, parecería una cigüeña. Era de rasgos atractivos y tras observarlo durante un rato, Cyprian creyó reconocerlo. Esa sospecha le desconcertó: él nunca había estado en Praga, el joven había oído hablar de Viena pero tampoco había estado allí. Fuera lo que fuese lo que creía reconocer, en todo caso no era desagradable.

Ambos cocheros se entendieron de inmediato: tendidos bajo el coche inclinado, los dos expertos discutían si era mejor reparar el eje roto o reemplazarlo.

—Sea lo que sea, baas —dijo el cochero de Cyprian en un aparte—. Esta chalupa está completamente encallada y creo que alguien quiso que ocurriera —añadió en voz baja.

—¿Qué quieres decir?

El cochero movió el brazo como si serrara. Cyprian arqueó las cejas.

—No estoy seguro, baas, pero una parte del corte parece demasiado limpia. Ésos pueden agradecerle a la suerte el que hayamos pasado por aquí. De lo contrario, quién sabe qué piratas los habrían apresado como botín.

—¿Un sabotaje, para detenerlos en el camino y desvalijarlos?

El cochero se encogió de hombros.

—¿Por qué creéis que cada noche que anclamos en alguna ciudad he dormido en nuestra barca?

—¿El cochero?

—No puedo poner la mano en el fuego por cualquiera, baas.

Cyprian reflexionó unos instantes y después se dirigió a la joven pareja.

—Nuestros cocheros creen que vuestro carruaje tardará en ponerse en marcha. —Una voz interior le susurró que debería cumplir con su misión lo antes posible y no cargar con otros pasajeros, pero hizo caso omiso de ella—. Puedo llevaros hasta la próxima ciudad; allí podréis disponer que busquen vuestro carruaje y lo reparen.

—No podemos aceptarlo —dijo el joven.

Cyprian miró en torno. Debían de ser las dos de la tarde y el anochecer ya parecía próximo. Más adelante la nieve se arremolinaba en el camino. Un segundo después, el viento que la arremolinaba los azotó.

—¿Acaso la otra opción os parece mejor? —preguntó Cyprian con una débil sonrisa.



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